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lunes, 4 de abril de 2011

Tenía una venda en los ojos.

No veía nada claro, confundida ante todo, lloraba por las esquinas y le gritaba al vacío. Nadie me tomaba realmente enserio, pocos amigos fueron los que estuvieron  verdaderamente ahí. Pocos fueron los que dirigieron mis pasos, hasta llegar a un punto de mayor claridad. Al cruzar la barrera, me cegaron, me quitaron la venda con tanta rapidez que me dolió. Estaba cegada, ya no sé bien si porque por fin me entro la luz o porque mis ojos no paraban de verter lágrimas. Cegada estuve todo este tiempo, y al parecer de amor. Creía que él era distinto, pero me equivoqué. Solo era uno más de los que juega contigo, hace bobadas, y te hace daño. Ahora llora. Lo que no supo controlar como un hombre, lo llora como una mujer. Y me alegro, porque no esta llorando su dolor, está llorando el mío. De cada mil lágrimas que sus ojos viertan, mis ojos ya habrán vertido tres mil. El piensa que sufre, pero más he sufrido yo. Dice que me quiere, no lo pongo en duda, pero esa forma que tiene de demostrármelo está acabando conmigo.  Lo peor de todo es, que a pesar de todo el dolor, mi corazón es todo suyo, y ante eso yo no puedo hacer nada. Nada más que seguir sufriendo.


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