¡Acompáñame! Vamos a tocar el cielo juntos.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Perdimos el control.


Me agarró por la espalda. Rodeó mi cintura e impidió que me girara. Parecía tener planeado todo lo que iba a ocurrir, como si de una película se tratase. Se inclinó sobre mí e inhaló mi perfume. Yo el suyo ya lo había notado hace tiempo. Me encantaba pero no debía decírselo. Se estaba acercando demasiado a mi cuello. Lo bordeaba. Lo tocaba suavemente con los dedos; hasta que me produjo un escalofrío. Soltó una leve carcajada. Dejé de pensar y me centré en qué buscaba. Me mordió el cuello. Mi punto débil. Comenzaba a ruborizarme y eso al parecer le excitaba. Me di la vuelta de inmediato. Le empotré contra la pared y coloqué mi cara a dos milímetros de la suya. Estaba sonriendo. Se estaba acercando. Me separé. El juego había comenzado. Ataqué a su cuello de inmediato. Fuera camiseta. Su torso al descubierto. Perfectamente alineado. Entre mis manos. Una cintura diez. Me intentó sujetar pero no pudo. Salté encima de él, como si de una niña traviesa se tratara. Comenzaba a volverse loco. Comenzaba a volverme loca. Perdimos el control. 

viernes, 15 de junio de 2012

Me pasaría el día rozando su piel dulcemente con mis labios, montando mi propia autopista en su cuerpo, sin rumbo alguno, solo el de sentir como contiene la respiración mientras me desplazo por su torso desnudo, muy despacio, cogiendo las curvas a una velocidad mínima; y en ocasiones interrumpir mi trayecto con un pequeño mordisco. Me encanta notar su tierna carne entre mis dientes. A cambio, te prometo que solo será un pequeño instante de dolor y la única pausa que habrá en todo el camino.



miércoles, 13 de junio de 2012

Yo y él. Él y yo.

Llevaba toda la noche con él, no con él de con él, pero si a su lado. Sí recorriendo el mismo recorrido que él acababa de hacer hace dos segundos y sí mirando en el punto exacto en el que sabía que iba a mirar. Necesitaba conocerle, aunque su nombre no me importaba. Llevaba vigilándole varios días, buscando una sonrisa cómplice que me llevara a la locura. Y llegó la gran noche. Estaba más guapo que nunca, o por lo menos a mí me lo parecía. Me gustaba todo de él, hasta la bufanda. Una cosa que parece muy insignificante pero que no lo sería si yo tirara de ella y me le llevara a tocar las estrellas con la punta de los dedos. La noche iba pasando y las miradas iban siendo cómplices de nuestras sonrisas. Una copa tras otra, una sonrisa tras sonrisa. Cada vez más cerca, bailando. Demostrando al mundo que nuestras miradas se deseaban. Nos seguíamos acercando; pero de un momento a otro le perdí entre tanta gente. 
La música estaba muy alta y el alcohol ya comenzaba a hacer efecto. A si que cogí mi bolso, mi abrigo y salí a la calle. Se hizo el silencio. Aún había un montón de chicos a la puerta del local pero ya se podía respirar a gusto, ya se podía oír el ruido de pequeñas conversaciones de adolescentes alocados. Y ahí estaba él. Tan guapo como siempre. Sentado en el mismo escalón dónde yo me quería sentar. Ahí estaba, él y su perfección; esperando a que me acercara y estropeara esa perfecta armonía entre su cuerpo y su mirada. Me sentía guapa. Hoy era el día. Me retoqué un poco el pelo y me acerqué. Sonrió. Sonreí. Me senté a su lado y comenzamos a hablar. Eran altas horas de la mañana pero ahí estábamos los dos. Solos. Todas las personas que pasaban a nuestro lado nos eran indiferentes. Yo y él. Él y yo. Me encantaba, tenía algo que me atraía hacia él, hacia su cuerpo. Me apoyé en su hombro y note que se empezaba a poner nervioso. Me acerqué un poco más y aprovechando que estaba mirando para otro lado, inconscientemente y bajo los efectos del alcohol, le mordí el cuello. Al principio se asustó, pero en medio segundo su cara se transformó a una sonrisa que me iluminaba por completo. Esa cara de pillo que tenía. Sí, esa, la que me volvía loca. Se acercó a mí y por un momento perdí la noción del tiempo. Se estaba acercando demasiado y yo cada vez estaba más perdida. Sus labios estaban a punto de rozar los míos. Quería probarlos. Lo necesitaba. Y así fue. Nos entregamos como lo hacen las personas sedientas de amor. Sedientas de locura. Y me perdí en sus labios como lo hacían las mariposas que revoloteaban en mi barriga. Yo y él. Él y yo.